¡Con qué elegancia pierden sus flores las orquídeas! No se marchitan - como las de otras plantas- todas a la vez ni se quedan mustias prendidas a su vara mucho tiempo con ese color apagado de la muerte. Ella, la orquídea, va dejándolas ir poco a poco, las deja caer una a una... creo, incluso, que en el mismo orden en el que fueron abriendo al nacer.
Y cuando, por fin, se queda la orquídea desnuda de todas sus flores, aún le queda la vara que mantiene - cual cetro- con ese orgullo y esa dignidad regia, intactos.
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