Verba volant, scripta manent.

Última reflexión del 19

Mi ficus ginseng_Sandra Sánchez
Mi ficus ginseng


Hace unos años estuve a punto de tirar este ficus ginseng que tenía en mi casa. Lo cuidaba como al resto de plantas pero se fue secando y fue perdiendo las hojas hasta que sólo quedó el tronco y unas pocas ramas completamente desnudas y resecas que daban más pena que otra cosa. Al cogerlo, para llevarlo a la basura, vi que, de una de aquellas ramas, asomaba lo que me parecía un diminuto brote verde. Pensé que serían sólo mis deseos de que no hubiera muerto pero lo observé más de cerca y, efectivamente, había una pequeñísima puntita verde. Estuvo así unos días pero no prosperaba. Decidí cambiarlo de lugar, de condiciones, lo cambié hasta de casa (lo llevé a la de mi padre que tiene más luz y temperatura más alta y constante)... poco a poco se fue recuperando y ahora luce hermoso y fuerte.
No sé si es un poco triste, o solamente curioso, o simplemente así; que, aunque un poco drástico, a veces, hay que alejarse de lo que se quiere para poder salvarlo.



UN TIPO CALVO Y CON GAFAS



Me dijo que era "un tipo calvo y con gafas" y que estaría en la única cafetería que había arriba de un centro comercial muy conocido de aquí de Oviedo. Me había enviado ayer un mensaje a un portal de estos de venta de segunda mano diciéndome que me compraba los dos tomos que yo vendía de un autor de género diarístico (yo me había comprado hace poco una edición ampliada y decidí vender estos), total: 16 euros. Le vi de espaldas, tendría unos sesenta y pico; nada más presentarnos me tendió inmediatamente el dinero sin abrir siquiera el paquete con los libros y me ofreció sentarme con él invitándome a que me tomara un café, pero yo rechacé amablemente la invitación. Encima de la mesa tenía un café, un vaso de agua y otro libro. Aunque lo intenté, no pude ver cuál era. Cruzamos unas frases sobre los tomos que le llevaba y sobre literatura en general y le dije que ese dinero era para otros libros, así como en un bucle, que "los que teníamos ese vicio…", "virtud, virtud" me corrigió rápido. Me dio la mano, me dijo que me quedara con su teléfono (me lo había dejado ayer en el mensaje y su nombre) por si encontraba el tercer tomo que le faltaba... Rebosaba educación y cultura, y unos modales exquisitos que se reflejaban hasta en el nudo de su corbata.
En cuanto me fui, me arrepentí de haber rechazado ese café, supongo que porque no hay cosa que más me atraiga de una persona, precisamente, que eso, la educación, la cultura y esos modales exquisitos,  que siempre suelen ser antesala de una conversación interesante.



La librería

Librería en Salas_Sandra Sánchez


“Qué, ¿qué tal está el día?”, dijo desde detrás del mostrador. No me extrañó la pregunta pues la librería, aunque espaciosa, seguía siendo más bien un cubículo sin vistas a base de tanta fotocopiadora, tantos libros y tanto material escolar esparcido por doquier. Cruzamos unas trivialidades sobre el tiempo que, precisamente, por estar como estaba la mañana, esto es: de perros, invitaba la cosa a desahogarse.
Entré allí por nostalgia. Era la librería a la que solíamos ir en los años de la Facultad; con las fotocopiadoras siempre echando -casi literalmente- humo, igual que las rotativas de un periódico, como los pistones de un tren a vapor… Todas las fotocopias de temarios, programas y libros las solíamos hacer allí. Por entonces aún pagábamos en pesetas. Día tras día ahí estaba él al pie del cañón, fotocopiando, engusanillando,,, metido en aquella cueva desde la que no se sabía- apenas- si era de día o de noche, si hacía sol o si, por el contrario como ayer, no acababa de escampar…
Ya digo, más de veinte años... Y entonces, sin más, al pasar por delante de la puerta, entré. No quería nada en concreto, simplemente entré. Estaba atendiendo a una chica, lo que me permitió, mientras tanto, echar un vistazo al sitio. Diría que seguía como siempre, si no fuera porque las fotocopiadoras estaban apagadas y porque él tenía unos kilos de más y todos esos años acumulados debajo de los ojos. Le compré, por justificar la entrada, un calendario de los tradicionales y, tras contestarle a la pregunta del tiempo, salí de allí.
Entré sólo por nostalgia, pero me fui con más nostalgia aún. Si no me hubiera dicho nada… pero ¡ay!, tuvo que hablar, entablar conversación, y entonces fue cuando ese “qué, ¿qué tal está el día?” me pareció aquel famoso y conmovedor “Decíamos ayer”... y de pronto, volví a sentir otra vez en mis brazos el peso de un manual de Derecho Romano.




Maldito karma




Sufriendo lo indecible por amor me descerrajé un tiro. No fue en la sien, ni fue tampoco en la boca. Apreté el gatillo con el pulgar, temiendo que la falta de tino y mi torpeza habitual desviaran la bala. Pero tuve suerte, se alojó rauda, entre aurícula y ventrículo paralizando ipso facto el engranaje. Dejé de sufrir, de amar, de existir… o eso pensaba yo hasta que, entre sorprendido y atemorizado, me descubrí unas hermosas alas de mariposa revoloteando por tu estómago.





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