Sufriendo
lo indecible por amor me descerrajé un tiro. No fue en la sien, ni fue tampoco
en la boca. Apreté el gatillo con el pulgar, temiendo que la falta de tino y mi
torpeza habitual desviaran la bala. Pero tuve suerte, se alojó rauda, entre
aurícula y ventrículo paralizando ipso facto el engranaje. Dejé de sufrir, de
amar, de existir… o eso pensaba yo hasta que, entre sorprendido y atemorizado,
me descubrí unas hermosas alas de mariposa revoloteando por tu estómago.
Será que a la encarnación de Eros no se la mata así como así. Bonito tu minirelato.
ResponderEliminarMuy buena tu apreciación, Fackel. Gracias!
EliminarAh, y muy bien esa cabecera pompeyana. Tan significativa.
ResponderEliminarSí, me identifica mucho:)
EliminarNueva presentación, muy lograda.
ResponderEliminarParece que se dio cuenta algo tarde.
Buen micro ;)
Muchas gracias, Alfred!
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