© Karolina Bazydlo |
SEÑALES
A ellos no los separó la muerte, lo hicieron los tacones de los zapatos de la novia en plena ceremonia. Justo antes del sí quiero, y antes de las fotos y de que los invitados se comieran el trozo de tarta de los novios. No podía más. Los pinchazos le estaban clavando los pies al suelo. Sintió opresión, sintió que le faltaba el aire. Miró al Cristo crucificado que tenía justo en frente y vio los clavos en sus manos. Algo así debía estar a ella agujereándole los pies. Miró hacia abajo, y allí seguían, encajados en aquella rampa imposible. De repente, aquel desnivel se transformó en un precipicio y ella estaba, justo, al borde. Sintió el empujón del cura y se vio caer estampándose contra el suelo. En su imaginación salía corriendo de allí como alma que lleva el diablo, con las botas aquellas tan cómodas que se ponía muchas veces con vaqueros, subiéndose el vestido para no pisarlo. Se vio muy lejos de aquel sitio, de su novio, de los invitados y de aquella iglesia de barrio a la que iría a llevar a los niños al catecismo…
Descalzó un pie mientras el cura repetía la pregunta. Descalzó el otro. Y luego, contestó aliviada: “no, no quiero”.
Descalzó un pie mientras el cura repetía la pregunta. Descalzó el otro. Y luego, contestó aliviada: “no, no quiero”.
© SandraSánchez