© Ryan Weidman |
Le
di la dirección de la boutique. Paró el taxímetro (el arte requiere su tiempo).
Rellenó mi cuerpo de cera y luego lo recubrió con resina y fibra de vidrio.
Ahora luzco en un escaparate de la 5ª con la 57 y mi corazón cuelga, como un
péndulo, del espejo retrovisor por el que nos cruzamos aquel día la mirada. Me
dejó intacto el brillo de los ojos.
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