Verba volant, scripta manent.

CAMINANTES


"Nueva normalidad"_ ©Sandra Sánchez


Unos 45 minutos caminando; caminando por caminar, sin rumbo, como zombies... Hoy he acariciado con los ojos la “nueva normalidad”: mascarillas, distancias, esquivar a gente, cambios de acera… He visto de todo: he visto quienes hemos observado estrictamente las normas, he visto algún corrillo de gente sin mascarillas, también he visto faltas de respeto a la franja horaria por parte de algunas personas. Pero en fin, viva la libertad. Me he metido por una zona en donde he encontrado una plaza interior que estaba vacía; nadie, los columpios precintados. La “nueva normalidad” es triste, distópica. Somos zombies caminando detrás de otros zombies. Me ha saludado una chica que conocía pero yo no la he reconocido a ella, las dos con mascarilla. Creo que hemos sonreído, yo al menos.
Durante todo el tiempo que he estado fuera se ha escuchado una música como si hubiera un concierto cercano, lo que leeis: a volúmen de concierto, os juro que no exagero. No sé si salía de alguna ventana, supongo que sí, claro. He pensado en los vecinos de ese piso teniendo que soportar todas esas canciones a la fuerza, porque sí, porque parece que la “nueva normalidad” impone música para acallar el silencio interior que nos grita y que no queremos escuchar. O tal vez, no queremos recordar que se han ido 25.264 personas que ya nunca podrán escuchar nada. O quizás no es cosa de la nueva normalidad y esa situación se ha dado durante todo el confinamiento, si así fuera, y yo hubiera sido una vecina de ese bloque, ya me hubiera tirado por la ventana. También os lo juro (creo). Pero es su libertad y hay que respetarla; la de los demás, siempre la de los demás.
He vuelto triste. Quizás es porque hoy tampoco tuve un buen día. Ni la puesta de sol me ha parecido como siempre, me ha dado la sensación de que era de mentira, falsaria, como si alguien la hubiera colocado ahí para recordarnos cruelmente la otra normalidad, la de verdad.
Sólo me consuela pensar que todo esto sea algo transitorio.
Casi al llegar a casa me he vuelto a encontrar con la misma persona que me había saludado y hemos cambiado de acera para no cruzarnos. Me ha resultado deprimente.
No sé si mañana me apetecerá salir de nuevo a ver la misma distopía. Quizás tengo el síndrome ése de la cabaña, no lo sé; sólo sé que, al menos, lo que hago en mi casa sí es normal.
Me asusta pensar que ahora mismo la auténtica normalidad sólo está dentro de una película.
En fin. Un día menos.




Terapias


Terapias_Sandra Sánchez


Cojo esa hoja de periódico (de 2018) al azar para hacer jardinería de confinamiento en la mesa de la cocina y me fijo en el titular. Creo que estaba escrito para que yo lo leyera dos años después y sí, para que le diera toda la razón. 




23 de Abril, Día del Libro





Mi querida Emily Dickinson vivía (casi) confinada y amaba los libros.
Éste es un poema suyo:


¡Qué bueno regresar a mis libros!
-término de los fatigados días-
Casi compensa la abstinencia,
y el dolor se olvida con el placer

Como aromas que confortan a los invitados
en el banquete, mientras esperan,
esta fragancia aligera el tiempo hasta que llego
a mi pequeña biblioteca

Puede haber desolación afuera,
lejanos pasos de hombres que padecen,
pero la fiesta suprime la noche
y hay campanas, interiormente.

Doy las gracias a estos Parientes del Estante.
Sus caras apergaminadas
nos enamoran mientras esperamos,
y nos satisfacen al alcanzarlas.


-E. Dickinson-



Microrrelato





EN LAS NUBES

Su preferido fue el séptimo. Lo llamó Domingo y se relajó pensando que había hecho un buen trabajo. Se abrazó a la nube más blanca y esponjosa, escuchó el rumor del mar, el canto armonioso de los pájaros y se durmió profundamente.

Soñó con primaveras y con niños, con el sol y las montañas; pero pronto comenzó a soñar con el invierno, con el frío, con palacios habitados por tiranos, con balas y con guerras y con la explosión de una gran bomba que a punto estuvo de hacerle despertar… pero imposible. Ni por esas.




Palabras para una imagen

© Kerry Skarbakka

LA GRAN OLA

Lo encontraron desnudo, con el pelo seco y el cuerpo abotargado en perfecto acoplamiento al interior de la bañera . Su mano derecha cerrada y rígida, como si hubiera estado agarrando algo fuertemente, no sujetaba nada. Del desagüe asomaba una esquina de, lo que más tarde se supo, era la cortina de ducha. De cómo pudo haber llegado a introducirse casi por completo por la tubería, todavía es un misterio.
Causa de la muerte: "asfixia por ahogamiento - dijo el forense tras practicarle la autopsia- tiene además los pulmones encharcados de agua salada".
El suceso aconteció el 15 de abril de 2020, en la pequeña localidad de Cidreira, Brasil, antípoda de Kanagawa para más señas.




Adaptarse...

Mi pequeña colección de cactus ventaneros 


“Hay que ser como un cactus – Dijo la abuela. Adaptarse a cualquier momento, tiempo y circunstancias… Ser fuerte y aún así nunca olvidarse de florecer.”
-Anónimo-



No te quites la costra que te quedará marca. Dominique Vernay



Vuelvo al excelente libro de microrrelatos de Dominique Vernay y me encuentro en el último de ellos un "grumo" que bien pudiera estar escrito hoy mismo a pesar de que el libro ya lleva unos años publicado.

En sus microrrelatos, D.V. disecciona muy bien al ser humano, y aunque lo suele hacer desde el humor (no es, precisamente, el caso de éste que muestro), todos ellos resultan mordaces y con un punto agridulce que hace que la sonrisa banal se transforme en un lúcido toque de atención.

Un libro, en mi opinión, más que recomendable. Lo he disfrutado mucho a pequeñas dosis.

"No te quites la costra que te quedará marca" de Dominique Vernay. 2013.







Tus pasos en la escalera. Antonio Muñoz Molina


Cada vez me gustan más los libros que hablan del ser humano: de su naturaleza, de su condición, de cómo se comporta...  ya sea en primera persona - como es el caso de éste- o en cualquier otra. Cada vez me interesa menos la historia que cuentan y mucho más el cómo lo cuentan. Cada vez menos el final y más el desarrollo. Y todo esto que me interesa se da en "Tus pasos en la escalera" de Antonio Muñoz Molina, que empecé a leer por casualidad (estaba en novedades en la biblioteca de mi barrio y lo saqué) justo al comienzo de este confinamiento.  Y el caso es que esta novela tiene bastante que ver -supongo, claro, que sin pretenderlo el autor que qué iba a saber él de estas circunstancias cuando lo estaba escribiendo- con esta situación que estamos padeciendo: una especie de "fin del mundo" (esperemos que no llegue a tanto aunque yo sí espero que sea el fin, en muchos aspectos, del mundo que estábamos creando hasta ahora) que nos hace estar en casa. Muchos de nosotros, este confinamiento, los hacemos en soledad y enfrentándonos a nosotros mismos (lo cual, creo, que es algo bueno dentro de todo esto malo).
El "fin del mundo" al que se refiere el autor no es un fin inmediato de esos que vemos en las películas sino que se refiere más bien a ese deterioro a todos los niveles que podemos apreciar sólo con ver un telediario.
El protagonista espera, "casi confinado" en la casa de Lisboa a la que se ha mudado,  la llegada de su esposa desde Nueva York que no sabe qué día va a ocurrir. Mientras pasan los días y espera, cuenta cosas; cuenta cosas de sí mismo, de su vida en pareja, de las situaciones a las que se enfrenta en esa nueva ciudad donde no conoce a nadie. Por única compañía: Luria, su perra, y a sí mismo y sus pensamientos.
Me encantan los libros que me hacen reflexionar y que cuentan cosas (por supuesto bien contadas) y me da un poco igual lo que cuenten con tal de que me interese y de que me atrape la forma de contarlo.
"Tus pasos en la escalera" es la última novela de Antonio Muñoz Molina, autor del que me ha gustado todo lo que he leído, y es una novela "inquietante", psicológica, introspectiva...
Me ha gustado mucho y quizás, estas circunstancias tan especiales por las que estamos pasando le han dado el escenario perfecto para que conectase más aún con ella.

Así empieza:

"Me he instalado en esta ciudad para esperar en ella el fin del mundo. Las condiciones son inmejorables. El apartamento está en una calle silenciosa. Por el balcón se ve a lo lejos el río. El río se ve también desde la pequeña terraza de la cocina, que da a jardines y a balcones traseros de la calle contigua, a miradores con barandas de hierro en las que hay ropa tendida, ondeando en la brisa. al fondo de la calle, más allá del río, está el horizonte de colinas de la otra orilla y el Cristo con los brazos abiertos como a punto de levantar el vuelo."




Confinamiento en buena compañía

Mi_orquidea_©SandraSánchez


Que dicen mis princesas que no, que no me dejan sola. Les digo que a lo mejor tienen que abandonar su vara antes del 11 de abril, que sé que igual tienen que atender a órdenes que vengan de más arriba, pero me dicen que si yo aguanto, ellas también. Las miro y les doy las gracias.
Aún quedan muchos días de vernos los pétalos y la cara a todas horas. Espero que tengan paciencia y que no se cansen de mí; pero nunca se sabe... una ya va teniendo sus manías.

#yomequedoencasa  con   #misprincesas




De "preocupaciones" y mareas.

Playa_LaEspasa_Asturias_©SandraSánchez


Hace una temporada andaba yo "preocupada" (ojo a las comillas porque yo las preocupaciones hace años que trato de priorizarlas muy mucho) porque no escribía. Ya sabéis los que andáis por aquí que he escrito algún que otro poema y también algún microrrelato. Pues eso, era como si de repente la inspiración, las musas, o qué sé yo qué se hubieran ido. Seguramente a los que tenéis la afición o la necesidad de juntar letras no os suene esto desconocido, pero no sé, era como si ya no tuviera nada que decir (y tampoco es que hubiera yo dicho mucho, o que lo que hubiera dicho lo hubiese dicho ni siquiera bien... vaya trabalenguas que estoy formando aquí a lo tonto). Es más: tengo poemas para un nuevo libro y no siento ahora mismo la necesidad imperiosa de seleccionarlos en condiciones y poner de nuevo en marcha el engranaje de la publicación. Tampoco tengo como excusa la falta de tiempo (nunca la tuve, en realidad) ni nada parecido. Simplemente creo, y digo sólo creo porque como decía Tom Hanks en "Náufrago": "Quién sabe qué traerá mañana la marea", pues que si antes me "preocupaba" (y vuelvo a entrecomillar) si mis poemas eran buenos o malos, y quizás eso me impedía soltarme y volver a escribir con fluidez (no digo bien ni mal, digo sólo con fluidez) ahora eso es algo que ha pasado al último lugar en mi lista de prioridades y "preocupaciones" (insito en el entrecomillado). Siempre he sentido cierta sensación de intrusismo en esto de la escritura y más aún en la Poesía (a la que tanto respeto) así que supongo que lo mejor será que me deje llevar por los días venideros sin que todo esto cause en mí malestar mayor.
Este confinamiento (del cual llevamos sólo la cuarta parte, si es que el total fuera de 4 semanas) me está haciendo experimentar cosas bastante más importantes que el escribir un poema malo o regular que quedará perdido en el olvido en apenas días. Siento preguntas (las siento, no sólo me las pregunto, sino que las siento) como que cuánto tiempo perdemos en cultivar la superficie y qué poco el interior. Cuánto en hablar y qué poco en escuchar. Cuánto en querer tener razón y qué poco, en realidad, en razonar. Cuánto tiempo dando consejos y qué poco aplicándonos a nosotros mismos tan sólo uno de ellos. Cuánto tiempo en "vendernos" como quisiéramos ser y qué poco en depurarnos para conseguir ser realmente como creemos que somos, cuánto en hacer ruido y qué poco en construir silencio...
No sé, está todo esto un poco desbalagado, es cierto, pero hoy la marea ha traído estos pensamientos, estas líneas que ni siquiera son respuestas a nada, seguramente sean sólo nuevas preguntas, olas de una marea que viene y va.
Y, en todo caso además, quién sabe qué traerá mañana, nuevamente, la marea.



(La foto podría ser de un mar cualquiera, pero es de mi Cantábrico,un día en la playa La Espasa, Asturias, en agosto de 2018).




"Divertimento" poético para el Día Mundial de la Poesía



Es la Poesía celestina
de verbos y pronombres,
alcahueta de mil letras,
juntadora de frases,
rimadora de versos.

Es retruécano unas veces
y otras veces no lo es.

La Poesía hace camino
al andar,
vive sin vivir en mí,
a veces calla y está como ausente...
y a mí me gusta.

La Poesía es esa oscura
golondrina que vuelve,
es la nariz de Cyrano,
el sueño de Calderón,
la Dorotea de Lope

¡la Poesía es verde
que te quiero verde!

Navega por ríos
que van a dar en la mar
que es el morir.

La Poesía es un arma
cargada de futuro con
cien cañones por banda.

¡Todas esas cosas es!

Pero si tú me lo preguntas,
sin duda alguna, siempre te diré
que Poesía… eres Tú.


SandraSánchez

#QuédateEnCasa y lee Poesía.

TAMBIÉN EL SILENCIO ES LUCHA

Foto: © Darren Moore



Miro por la ventana. La calle está prácticamente desierta, y no es que, de normal, haya demasiado bullicio pero sí coches subiendo y bajando y, sobre todo, en segunda fila. Siempre abarrotada. Hoy no, hoy están aparcados y no hay ni uno más ni uno menos. Las ventanas cerradas. Silencio. Siempre me ha gustado asomarme a la ventana un rato y observar. Hoy es especial. Hoy observo el bloque de enfrente, las casas, los edificios... los búnkeres en los que se han convertido, de repente, los hogares. Veo a un vecino que se asoma. Mira a derecha e izquierda, observa también la calle.. Hay un momento en que nuestras miradas se cruzan y hoy, casi puedo adivinar lo que está pensando. Cierra la ventana. Un mujer sola camina por la acera con un perro, se para al lado de la papelera, apaga la colilla en su borde y la tira dentro. Un simple gesto también es lucha (aunque hoy ésa, es otra guerra). Sigue. El perro va moviendo la cola ajeno a un mundo que estos días vive con inquietud.

He comido mientras veía con atención el comunicado de Pedro Sánchez. Estamos en Estado de Alarma, alarmados ya lo estábamos antes pero creo, que todavía no lo suficiente hasta hoy. Al coger una servilleta de papel me fijo en que es de ésas enormes de no sé cuántas capas. La he cortado a la mitad, no sé, la sicosis de la celulosa de estos días parece que cala hasta los huesos. Me he dado cuenta de que con la mitad he tenido suficiente, y entonces he pensado en la cantidad de cosas que desperdiciamos de continuo: papel,plástico, agua, comida... ruido…
LLevo toda la tarde en silencio. A diario suelo estarlo si estoy en casa, pero hoy parece que el silencio es más espeso y se extiende como la niebla. Y pienso en eso y en el contraste que debe ser ahora mismo un hospital en urgencias. Y pienso, también, en todo el personal sanitario que lucha metido de lleno en el estrés y en que sin embargo a mí, a nosotros, al resto de la población lo único que se nos pide es calma y que nos quedemos en casa. Seguramente somos muchos los que también lo estamos haciendo en silencio. Es curioso, quizás esta guerra la gane el silencio y la calma, la quietud, la inacción. El distanciamiento. Sí, pero sólo físico, porque yo hoy, no sé por qué, y aunque no se lo diga de palabra, me encuentro más cerca que nunca de muchas personas.





#QuédateEnCasa    #YoMeQuedoEnCasa



Mesa redonda sobre Revistas de joven Literatura





De izquierda a derecha: Javier Almuzara, Isabel Marina, Francisco José Borge,
 Ángel Alonso, Cristian David López y Pablo Nuñez. 



Tuve la gran suerte de que se me hubiera invitado a leer un poema
 en el recital de Poesía que hubo después de la mesa redonda.




Rasgar algo de vida. Diarios (2014-2016). Jesús Artacho

Rasgar algo de vida. Jesús Artacho


A Jesús Artacho, lector voraz, le sigo la pista ya hace unos años en su blog El Cuaderno Rojo. Allí comenta lecturas, películas, comparte poemas, y demás miscelánea. Es autor,  hasta ahora, de tres libros: “El rayo que nos parta” (2013) un libro de relatos breves, “Aproximación a la herida” (Baile del sol, 2016) libro de poemas, y “Rasgar algo de vida. Diarios (2014-2016)” que vio la luz en junio del año pasado. Y es precisamente este último sobre el que quiero comentar.

 “Rasgar algo de vida”, casi como su propio título indica es un libro que a base de “arañazos” (por seguir con el símil de la rasgadura, esto es, de entradas de cortas a cortísimas como suelen ser en este género), recrea (y cito textualmente la contraportada pues creo que resume perfectamente la esencia del libro) “un segmento de vida en sus múltiples manifestaciones, a través de un conglomerado de naturaleza híbrida que abarcan el aforismo, la prosa poética, la anécdota, el relato autobiográfico… Literatura en torno al yo [...]. Textos jalonados por referencias literarias y culturales, incursiones en el humor e inexcusable interés en el lenguaje.” Y es que, efectivamente, lo que primero se advierte en el libro es ese interés diría que, en ocasiones, un tanto exacerbado por el lenguaje que me hizo, varias veces, consultar el diccionario lo que, lejos de molestarme, me agradó y me motivó. Pero no sólo se nota dicho interés por el léxico sino también por el estilo, un estilo culto y cuidado hasta el detalle. Este “Rasgar algo de vida” de Jesús Artacho desprende verdad y observación, una mirada sincera que no sólo se fija en la vida que pasa por fuera, sino que también escudriña el centro de su persona dejando ver en varias entradas del libro una desnudez autocrítica con la que cuestiona, quizás a veces con demasiada severidad, no sólo su yo literario sino también su yo como persona humana: “Mis manos. Pequeñas, ridículas, delatoras, revelan que contravengo el mandato divino, al no ganarme el pan con sudor, con esfuerzo físico. Así tomadas, por sí solas, casi requieren una explicación vergonzosa. Inútiles, incapaces para lo práctico, pueden llegar a atufar a desidia de mal vástago. Y es que, a diferencia de las de mis ascendentes, no se muestran curtidas por el trabajo. Subrayan que, hasta la fecha, sigo otro camino. A veces puede uno llegar a mirarlas con una punzada de culpabilidad”.

En “Rasgar algo de vida” nos encontramos retazos de la vida en Cuevas Bajas (municipio del interior de la provincia de Málaga, rayando casi con Córdoba, de unos 1.400 habitantes), de lo que pasa en el pueblo, y de la vida de algunos de sus habitantes que J. A. encuentra peculiares.Interesantísimas las anécdotas que relata sobre algunos de sus vecinos así como las suyas propias en su relación con padres y hermana. Su día a día en su trabajo como bibliotecario también le ofrece a J.A. material para la reflexión y argumento para unas cuantas entradas.
 Y en ese transcurrir lento, propio de las zonas rurales, va aconteciendo la vida del autor que, con la habilidad de un buen escritor, hace que todo eso que nos refiere nos llegue a interesar hasta el punto de engancharnos.

Aunque el libro está salpicado por  referencias literarias y culturales, he echado de menos, eso sí, alguna referencia más a las lecturas del autor (las hay pero me hubiera gustado que hubiera más aún), algún comentario de lo que había ido leyendo o más cosas que le hubieran llamado la atención en el momento de la escritura de este dietario. Es cierto también que el humor está presente; un sentido del humor inteligente y mordaz con el que el Jesús Artacho examina y se examina en el mundo. Por poner un ejemplo no muy extenso: “Existe gente, y no poca, a la que la Sorbona no le suena a universidad parisina, más bien a nombre chusco de actriz porno o mote de prostituta. Conviene recordarlo de cuando en cuando”.

Me ha gustado muchísimo este libro y  creo que no defraudará al lector de dietarios o diarios, o simplemente a quien busque una lectura diferente y entretenida sin dejar de lado la calidad.

Dice el propio Jesús Artacho en la contraportada que será “con probabilidad la primera entrega de una serie en construcción”; y yo espero, de verdad, que así sea.




De nacimientos y sobornos

Nacimiento de las flores de mis princesas
El nacimiento de las flores de mis princesas

La vida es un continuo comienzo.




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El nacimiento de un poema
El nacimiento de un poema

A veces mis musas se dejan sobornar con un café.




Dos haikus y un tanka de Año Nuevo

Concierto de Año Nuevo, 1 de Enero de 2020, de RTVE




Uno de enero;
no sabe el Universo
lo que celebro.

*

Uno de enero;
intactos mis propósitos
del Año Viejo.

*

Uno de enero;
un calendario nuevo
en la pared,
pero tras la ventana
el mismo sol luciendo.




Última reflexión del 19

Mi ficus ginseng_Sandra Sánchez
Mi ficus ginseng


Hace unos años estuve a punto de tirar este ficus ginseng que tenía en mi casa. Lo cuidaba como al resto de plantas pero se fue secando y fue perdiendo las hojas hasta que sólo quedó el tronco y unas pocas ramas completamente desnudas y resecas que daban más pena que otra cosa. Al cogerlo, para llevarlo a la basura, vi que, de una de aquellas ramas, asomaba lo que me parecía un diminuto brote verde. Pensé que serían sólo mis deseos de que no hubiera muerto pero lo observé más de cerca y, efectivamente, había una pequeñísima puntita verde. Estuvo así unos días pero no prosperaba. Decidí cambiarlo de lugar, de condiciones, lo cambié hasta de casa (lo llevé a la de mi padre que tiene más luz y temperatura más alta y constante)... poco a poco se fue recuperando y ahora luce hermoso y fuerte.
No sé si es un poco triste, o solamente curioso, o simplemente así; que, aunque un poco drástico, a veces, hay que alejarse de lo que se quiere para poder salvarlo.



UN TIPO CALVO Y CON GAFAS



Me dijo que era "un tipo calvo y con gafas" y que estaría en la única cafetería que había arriba de un centro comercial muy conocido de aquí de Oviedo. Me había enviado ayer un mensaje a un portal de estos de venta de segunda mano diciéndome que me compraba los dos tomos que yo vendía de un autor de género diarístico (yo me había comprado hace poco una edición ampliada y decidí vender estos), total: 16 euros. Le vi de espaldas, tendría unos sesenta y pico; nada más presentarnos me tendió inmediatamente el dinero sin abrir siquiera el paquete con los libros y me ofreció sentarme con él invitándome a que me tomara un café, pero yo rechacé amablemente la invitación. Encima de la mesa tenía un café, un vaso de agua y otro libro. Aunque lo intenté, no pude ver cuál era. Cruzamos unas frases sobre los tomos que le llevaba y sobre literatura en general y le dije que ese dinero era para otros libros, así como en un bucle, que "los que teníamos ese vicio…", "virtud, virtud" me corrigió rápido. Me dio la mano, me dijo que me quedara con su teléfono (me lo había dejado ayer en el mensaje y su nombre) por si encontraba el tercer tomo que le faltaba... Rebosaba educación y cultura, y unos modales exquisitos que se reflejaban hasta en el nudo de su corbata.
En cuanto me fui, me arrepentí de haber rechazado ese café, supongo que porque no hay cosa que más me atraiga de una persona, precisamente, que eso, la educación, la cultura y esos modales exquisitos,  que siempre suelen ser antesala de una conversación interesante.



La librería

Librería en Salas_Sandra Sánchez


“Qué, ¿qué tal está el día?”, dijo desde detrás del mostrador. No me extrañó la pregunta pues la librería, aunque espaciosa, seguía siendo más bien un cubículo sin vistas a base de tanta fotocopiadora, tantos libros y tanto material escolar esparcido por doquier. Cruzamos unas trivialidades sobre el tiempo que, precisamente, por estar como estaba la mañana, esto es: de perros, invitaba la cosa a desahogarse.
Entré allí por nostalgia. Era la librería a la que solíamos ir en los años de la Facultad; con las fotocopiadoras siempre echando -casi literalmente- humo, igual que las rotativas de un periódico, como los pistones de un tren a vapor… Todas las fotocopias de temarios, programas y libros las solíamos hacer allí. Por entonces aún pagábamos en pesetas. Día tras día ahí estaba él al pie del cañón, fotocopiando, engusanillando,,, metido en aquella cueva desde la que no se sabía- apenas- si era de día o de noche, si hacía sol o si, por el contrario como ayer, no acababa de escampar…
Ya digo, más de veinte años... Y entonces, sin más, al pasar por delante de la puerta, entré. No quería nada en concreto, simplemente entré. Estaba atendiendo a una chica, lo que me permitió, mientras tanto, echar un vistazo al sitio. Diría que seguía como siempre, si no fuera porque las fotocopiadoras estaban apagadas y porque él tenía unos kilos de más y todos esos años acumulados debajo de los ojos. Le compré, por justificar la entrada, un calendario de los tradicionales y, tras contestarle a la pregunta del tiempo, salí de allí.
Entré sólo por nostalgia, pero me fui con más nostalgia aún. Si no me hubiera dicho nada… pero ¡ay!, tuvo que hablar, entablar conversación, y entonces fue cuando ese “qué, ¿qué tal está el día?” me pareció aquel famoso y conmovedor “Decíamos ayer”... y de pronto, volví a sentir otra vez en mis brazos el peso de un manual de Derecho Romano.




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