Si dijera que sentí dolor, mentiría. Tan sólo percibí una extraña sensación parecida a un escalofrío. Esperé en aquella camilla la media hora que me indicaron, mientras miraba la blancura inmaculada del techo. Sonreí pensando en toda la miseria que se quedaría en aquella habitación, en la nueva vida llena de oportunidades que aquel pinchazo podría comprar para mi hijo.
Un
nuevo pensamiento me arrancó de cuajo la sonrisa: la posibilidad, más que
probable, de que yo ya no estuviera para verlo. El dolor se hizo entonces
intenso, punzante, crónico.
Duro relato, Sandra. Está tan bien descrito que parece contagiar parte del dolor narrado.
ResponderEliminarBuen intento. Saludos.
Muchas gracias Alfonso! también fue un buen intento el tuyo que llegó bastante más lejos. Te escuché en la radio el lunes, espero hacerlo más veces y a ver si con mejor fortuna aún ;)
EliminarUn abrazo!