No podía dejar de llorar. De dónde había surgido tanta lágrima era un gran misterio. La situación tenía el cariz de castigo divino, así que decidió aislarse del mundo por si, evitando los motivos para el llanto, pudiera éste cesar. Pero la soledad la llevó a un estado emocional tan extremo que acabó arrancándose los ojos. Fue inútil; de aquellas cuencas vacías brotaron, con fuerza, exuberantes cataratas. Se quitó, de una forma expeditiva al fin, la vida; y entonces sí, entonces su cuerpo se convirtió en un indolente desierto de sal.
Hace demasiados años, ya, que sus hijos lloran su muerte con una inquietante
literalidad.
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