Cuando el viejo se acercó a la mecedora, sabía que iba a pasar largo rato en ella, así que eligió con cuidado su cojín preferido de la casa y lo colocó con esmero sobre el asiento. Al sentarse, comprobó que había elegido bien, pues su cuerpo se adaptó perfectamente tanto a la dureza como al espacio que le acogía. Al fondo, en el horizonte, el sol tímido y cansado ya del día, merecedor de un descanso, se despedía del viejo dedicándole un día más el sonrojo característico de quien siente vergüenza y se esconde como un niño. El viejo, por su parte, con una sonrisa, llevó su mano al sombrero y le devolvió el gesto educado de despedida…
Luego, siguiendo el ritual que su abuelo se había encargado de mostrar a su padre y más tarde su padre a él, sacó del bolsillo de su chaqueta la pipa y el tabaco que se encargaría de alimentarla durante el tiempo que el viejo disfrutara de ella…la llenó, la encendió, y suavemente le dio la primera calada experimentando ese placer que sólo un buen fumador de pipa es capaz de alcanzar; en esos momentos no sólo fumaba, se mecía con el humo, jugaba con él, lo saboreaba, lo disfrutaba tanto que en algún momento llegó a pensar que aquello debería de ser pecado…
En su cabeza una vieja melodía resonaba melosa y dulce. El complemento perfecto para aquellos instantes de ociosa tranquilidad.
Entre el horizonte anaranjado y la mecedora toda una eternidad de recuerdos se daba el último baño en el hermoso lago donde, tantas veces, el joven que ahora dormía dentro del viejo había disfrutado de calurosos veranos ya lejanos en el tiempo.
Ese lago, ahora oscurecido por el paso implacable de los minutos, también se despedía del viejo con una quietud muda, gris, casi incómoda…y el viejo, conformado y complacido con los últimos momentos que la vida le prestaba, gozaba de ese “no hacer nada” con la misma tranquilidad con la que había vivido.
Los segundos se volvieron minutos, y los minutos…nada.
Ya no existía el tiempo.
Un soplo de brisa vino a arroparle para el largo viaje que le tocaba hacer, y el viejo, consciente de ello, guardó su pipa con el mismo ritual con que la había sacado.
Sus ojos se cerraron pausadamente y una sonrisa tímida que asomó a sus labios se deleitó por última vez de ese "dolce far niente"...
Como único equipaje, un sombrero...y una pipa.
By Pulgacroft
Imagen: "Crepúsculo". Eduardo Urculo.
Precioso Pulgacroft:
ResponderEliminarOjalá todos nos pudiérmos ir con la tranquildad de haber hecho todos los deberes
Un abrazo
Precioso el cuadro y precioso el texto.
ResponderEliminarY además de esos adjetivos,añadiría entrañable
ResponderEliminarCambio sombrero y pipa por c´mara fotogáfica. Tampoco necesito cojines. Será que los llevo de serie.
ResponderEliminarBesos.