Dice Hilario Barrero (Toledo, 1946) que “Escribir un diario es formular la existencia humana en términos literarios porque la vida es el cuento de nunca acabar.” y creo que, ciertamente, nos percatamos mejor de ello cuando, al leer un diario que abarca dos años completos, vemos cómo los días se repiten en fechas y cómo, aunque cambie lo que hacemos, el fondo último de nuestra existencia es el mismo.
Creo asimismo que he elegido bien el tiempo en el que leer a H.B; aunque tenía ya el libro desde mayo -y la suerte, también, de que me lo hubiera podido dedicar cuando vino a Oviedo en ese mismo mes-, no me había decidido, por fin a leerlo, hasta ahora, en octubre, y digo que hice bien porque el paisaje otoñal que me acompañó durante su lectura está muy acorde con el tono que destilan las letras que resumen estos dos años que abarca el libro (2014 y 2015). Paisaje otoñal aquí afuera y paisaje otoñal y crepuscular también en todo el libro, ya sea noviembre o mayo, porque H.B. dedica buena parte de su tiempo a despojarse, como las hojas de un árbol en esta época, de todo eso que ha ido acumulando durante su vida: “Así es la vida, almacenar papeles, elogios, dinero, diplomas para ir deshaciéndose de ellos en estos días largos de invierno en los que no puedes salir a la vida por miedo a que se te congele el corazón”. Y, me temo que ese miedo a congelársele el corazón no lo siente sólo físico por las bajas temperaturas que se dan en Brooklyn -donde vive- en esas fechas, sino también por el frío de la vida misma cuando entra uno (o una) en esos años en los que se mira mucho más hacia el pasado que hacia el futuro.
Y es la mirada del autor, una mirada intimista, melancólica (quizás a veces demasiado pues no considero tan mayor a HB) pero encontrando a la vez (y esto me ha también reconfortado al ir leyendo) el punto justo de optimismo para seguir adelante. Una mirada, también, de descubrimiento- para todos aquellos, como es mi caso, que no conocemos (o que no conocemos aún) Nueva York- y de asombro ante las estampas cotidianas de gentes, quehaceres y deleites que va experimentando en su paseo por la vida.
Y es la mirada del autor, una mirada intimista, melancólica (quizás a veces demasiado pues no considero tan mayor a HB) pero encontrando a la vez (y esto me ha también reconfortado al ir leyendo) el punto justo de optimismo para seguir adelante. Una mirada, también, de descubrimiento- para todos aquellos, como es mi caso, que no conocemos (o que no conocemos aún) Nueva York- y de asombro ante las estampas cotidianas de gentes, quehaceres y deleites que va experimentando en su paseo por la vida.
Personalmente, como asturiana que soy, me ha gustado también leer sus apuntes sobre Gijón. Ha sido como poder vernos desde fuera, como poder en cierta manera “espiarnos” a nosotros mismos a través del agujero de una cerradura, qué típico esto por ejemplo: “Julio se va (refiriéndose al mes) y el verano no ha llegado todavía a Gijón”. Me ha hecho gracia.
Está muy presente la muerte en “Prospect Park”. Muerte de familiares, muerte de amigos, muerte de poetas y escritores referentes para el autor y, muerte también de un tiempo de juventud en el que la ilusión y el amor eran mucho más primaverales que los tiempos de nieve que nos presenta ahora H.B. Esa nieve que cubre buena parte de las páginas de este diario, es blanca como el pelo blanco, como la vejez que el propio autor siente cercana, como la derrota interna que parece que viva a partir de su jubilación como profesor en la Universidad. Emotivos son los pasajes de despedida, no tanto externa como interna al tener que asumir una nueva etapa en la que los jóvenes a los que da clase no van a estar presentes en su nuevo día a día.
“Prospect Park” es un ejercicio de intimismo. Casi todas las entradas van dirigidas a un “yo” (supongo intrínseco al propio género diarístico, evidentemente) en una introspección reflexiva con la que yo misma, por mi forma de sentir, me siento muy identificada. El resto de entradas se suelen dirigir a un “tú” de la persona amada, siempre como apoyo y pilar en la vida de H.B. Y es que es éste un libro de amor, de amor a la vida, amor a sus seres queridos, amor a sus amigos y amor a la persona con la que comparte su día a día desde hace tanto.
Y hay, también, soledad en “Prospect Park” sí, pero es esa soledad que nos invade cuando al dar un paseo por un parque vemos la vida que bulle a nuestro alrededor y que, a veces y sin saber muy bien por qué, sólo alcanza a rozarnos levemente.
Me quedo con este párrafo del libro que hago mío: “Tú y yo, solos en el parque, con la nieve y el peso de la vida sobre nuestros hombros. Hundiendo nuestras pisadas por caminos inseguros, tenemos la duda helada de si esta ha sido la primera vez que nos hemos enfrentado con una luz nueva o si esta será la última vez que nos perdamos para siempre en el parque”.
Como le escribí al propio Hilario Barrero al acabar su lectura, ahora mientras espero la publicación de su próximo diario, tendré que leerle “hacia atrás” pues este “Prospect Park” es el primer diario que leo suyo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
GRACIAS por tu comentario.