De pronto el ascensor se paró en el segundo.
Entró y me miró fijamente a los ojos.Las puertas se cerraron y comenzó nuevamente el ascenso. Le dio al noveno sin preguntarme. Yo iba al quinto pero no dije nada.
Sus ojos comenzaron un reto que yo acepté de buen grado.
El duelo no resultó incómodo, muy al contrario sentí una extraña seguridad que nunca antes había tenido. La conexión fue perfecta, mágica, sensual, sexual, cómplice, amigable, embriagadora…
El ascensor llegó a su destino y las puertas se abrieron, pero nadie salió.
Pulsé el botón del quinto e iniciamos el descenso. El reto seguía en pie, sus ojos hipnotizaron los míos y una ligera sonrisa asomó a sus labios, o por lo menos eso me pareció. Yo también sonreí y la complicidad aumentó de grado; también mi calor interno. Ya no éramos dos desconocidos, éramos dos contrincantes en la partida más extraña que jamás había jugado…y que sin duda tenía perdida de antemano.
Cuando el ascensor llegó a mi piso sentí una gran añoranza por aquella eternidad perfecta que no volvería , a punto estuve de no salir y de pulsar nuevamente el botón en un descenso infinito que no me hubiese importado que fuera hasta el mismo infierno, pero mi razón ganó la pequeña batalla al absurdo y crucé las puertas. Miré hacia atrás y vi como sus labios pronunciaban unas palabras inaudibles. No logré saber qué decían. Bajé corriendo las escaleras pero no llegué a tiempo, el ascensor descansaba vacío en el portal.
Subí a casa y una inmensa rabia inundó mi alma.
Desde entonces, me subo en todos los ascensores con la utópica esperanza de encontrarme nuevamente con aquellos ojos…pero hasta hoy solo he vuelto a tener esa… “extraña sensación de incomodidad” mientras hablo del tiempo con desconocidos…