Verba volant, scripta manent.

De superficies y profundidades


Apuntes de mi libreta_Sandra Sánchez


Reviso una libreta que andaba por ahí. Encuentro este último escrito en ella. Aún no sabía que una pandemia iba a golpear muy pronto al mundo. Luego vino el confinamiento, el parón forzoso que me hizo libre en algunos aspectos importantes, que no es poco. Ahora mismo parece que ni siquiera recuerdo bien cuál era la superficie en la que pensaba que vivía aunque sí sé que no me refería a frívolas superficialidades. Por lo demás, sigo (como puedo) mi desescalada personal, que tampoco es poco y hoy, sólo me apetece dejarme llevar como cuando se hace el muerto en el agua.




Quisiera ser esa flor




Quisiera ser esa flor - no por su belleza - sino por su falta de desvelo en serlo para los demás.

(La perfección de la flor es de mi begonia; la imperfección del haiku, mía).


Mis plantas me enseñan

Mi Bego


Mis plantas me enseñan paciencia, que tanta falta (me) hace, me enseñan que todo llega - lo bueno y lo malo - el tiempo de florecer y el tiempo de marchitarse. Me deleitan con la armonía del silencio, que tanto me gusta.
Me enseñan lo necesario de los cambios, esa adaptación que tan difícil se nos hace a veces.De mis plantas obtengo compañía y serenidad. Me traen, a domicilio, parte de la Belleza natural de ahí afuera. Me enseñan respeto y a ser sensible a la fragilidad ajena. Aprendo con ellas la necesidad de cuidar, la necesidad de observar y a no dar, a la primera, nada por perdido.

Pero creo que la lección más grande y más importante que me enseñan es la de la gratitud.
Hace un año, cuando compré esta begonia, alguien me dijo que sería efímera... Parece que a ella, eso, no lo sentó muy bien y aquí está. LLegará su momento, como el de todos nosotros, pero no será todavía.



BE THE POEM




Lo primero es dificilísimo (serlo decentemente, me refiero); así que me conformaría, en esta vida, con ser un verso libre y bueno, pero tampoco eso es prosa fácil.




CAMINANTES


"Nueva normalidad"_ ©Sandra Sánchez


Unos 45 minutos caminando; caminando por caminar, sin rumbo, como zombies... Hoy he acariciado con los ojos la “nueva normalidad”: mascarillas, distancias, esquivar a gente, cambios de acera… He visto de todo: he visto quienes hemos observado estrictamente las normas, he visto algún corrillo de gente sin mascarillas, también he visto faltas de respeto a la franja horaria por parte de algunas personas. Pero en fin, viva la libertad. Me he metido por una zona en donde he encontrado una plaza interior que estaba vacía; nadie, los columpios precintados. La “nueva normalidad” es triste, distópica. Somos zombies caminando detrás de otros zombies. Me ha saludado una chica que conocía pero yo no la he reconocido a ella, las dos con mascarilla. Creo que hemos sonreído, yo al menos.
Durante todo el tiempo que he estado fuera se ha escuchado una música como si hubiera un concierto cercano, lo que leeis: a volúmen de concierto, os juro que no exagero. No sé si salía de alguna ventana, supongo que sí, claro. He pensado en los vecinos de ese piso teniendo que soportar todas esas canciones a la fuerza, porque sí, porque parece que la “nueva normalidad” impone música para acallar el silencio interior que nos grita y que no queremos escuchar. O tal vez, no queremos recordar que se han ido 25.264 personas que ya nunca podrán escuchar nada. O quizás no es cosa de la nueva normalidad y esa situación se ha dado durante todo el confinamiento, si así fuera, y yo hubiera sido una vecina de ese bloque, ya me hubiera tirado por la ventana. También os lo juro (creo). Pero es su libertad y hay que respetarla; la de los demás, siempre la de los demás.
He vuelto triste. Quizás es porque hoy tampoco tuve un buen día. Ni la puesta de sol me ha parecido como siempre, me ha dado la sensación de que era de mentira, falsaria, como si alguien la hubiera colocado ahí para recordarnos cruelmente la otra normalidad, la de verdad.
Sólo me consuela pensar que todo esto sea algo transitorio.
Casi al llegar a casa me he vuelto a encontrar con la misma persona que me había saludado y hemos cambiado de acera para no cruzarnos. Me ha resultado deprimente.
No sé si mañana me apetecerá salir de nuevo a ver la misma distopía. Quizás tengo el síndrome ése de la cabaña, no lo sé; sólo sé que, al menos, lo que hago en mi casa sí es normal.
Me asusta pensar que ahora mismo la auténtica normalidad sólo está dentro de una película.
En fin. Un día menos.




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