Las cuatro gotas se convirtieron,
un segundo después, en una fuerte tormenta que descargaba agua y viento
enérgicamente. El paraguas no podía hacer frente a aquella batalla campal, así que entró en la cafetería para
refugiarse. Se sentó justo en la esquina.
Al otro lado del cristal, un rápido
desfile de paraguas ponía color al gris oscuro de la tarde. Pidió un café con
leche y sacó su libreta de apuntes.
La camarera le trajo el café, e intercambiaron las típicas frases
sobre el tiempo antes de que ella volviera a la barra.
Sorbo a sorbo, mi protagonista iba
plasmando en su libreta la sensación de soledad que le producía aquella escena, hasta que al releer, se percató de
los tópicos y lugares comunes: la tormenta, la cafetería, la camarera, el
ambiente… Una escena cien mil veces contada y
mejor descrita por otros. Se enfureció. Ya no llovía.
Dejó el café a medias y se marchó.
Me levanté de la silla irritado. Al
día siguiente, quiso entrar a recoger el paraguas olvidado, pero aquella cafetería, ya
era sólo un papel arrugado entre mis manos.