Le había dado tantas vueltas a la cabeza en los últimos días buscando una solución al problema que, ahora ya, derrotado y exhausto pero con la solución en la mano,era incapaz de darle media vuelta más para no tener que girar el cuerpo entero cada vez que miraba de frente.
Verba volant, scripta manent.
El candidato
El candidato subió al estrado, se colocó ante los micrófonos y se quedó en blanco.
Intentó empezar pero no pudo, no sabía qué decir...no le habían preparado para la sinceridad y en estos momentos el mentir se le hacía muy cuesta arriba. El sudor apareció en su frente de improvisto como un Judas delator.
Sólo dijo una frase: “dicen que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo" y, apoyándose en sus muletas se bajó del estrado.
El rastro
Fue la dama más triste de París.
Vitoreada en muchas ocasiones, fue temida por algunos y
respetada por todos. Alcanzó el éxito y conoció la fama, pero también la
soledad.
No fue feliz. Durante toda su vida no hizo más que
preguntarse por qué estaba tan sola si tantos hombres habían perdido la cabeza
por ella y, también, alguna mujer. Siempre se preguntó por qué nadie se había
quedado a su lado…
Y es que, todos ellos, tan sólo le dejaban un tenue y sutil
rastro rojo que Madame Guillotine nunca supo cómo seguir.
¿Otro café?
“¿Otro café?”
Ella no contestó; apagada y muda me dejó indeciso sin saber
muy bien qué hacer.
Solo ante el abismo de la duda, vacilé unos momentos y al final tuve que
echarle el resto. Decidí que sí…un día más.
Cada mañana ella siguió en sus trece, inexpresiva y reservada.
“Estoy un poco harto de tus conversaciones en silencio”- le reproché -
Entonces, triste y parsimonioso, le puse el agua, le puse el café y le di al
botón.
Después de pensárselo 4 minutos, sin moverse del lugar en el que se encontraba,
me dio un pitido humeante de aprobación.
That is the question
"Ser o no ser...
el tormento de la duda invade mi persona, no me deja respirar...me oprime, y después de devanarme los sesos intentando sacar un juicio lo más racional posible y que se adapte a mis convicciones , a mis principios, a mi forma de pensar y de entender, dejo la calavera en el suelo, le doy una patada como si fuera un balón...y me río, porque en su choque contra la pared se parte en dos, igual que mi alma dividida por la duda...Sigo con la misma opresión en mis pulmones, pero ello no me impide coger una cerveza y con una sonrisa fugitiva pienso:
“to beer or not to beer”...y me la bebo de un trago."
El equipaje
"Siempre llevaba el mismo equipaje: en la maleta azul, los trajes más formales, las chaquetas minuciosamente dobladas, los pantalones marcados por una raya impecable, las camisas almidonadas y abotonadas…era un trabajo laborioso el de conservar la ropa perfectamente limpia y preparada para continuos viajes.
Las estaciones de tren se habían convertido en su segundo hogar, ¿segundo?...no, en su primer hogar, a donde iba no era su verdadero hogar y en todo caso pasaba más horas sentado en el andén que en su propio sofá…
Se había leído novelas y periódicos en el vagón, había conversado y conocido gente de los lugares más insospechados del país, pero ninguna conversación perduraba más de las horas de trayecto, ningún rostro volvía a repetirse y ninguna voz volvía a ser escuchada por sus oídos ávidos de experimentar la dulce sensación de encontrar los perfectos compañeros de viaje…
En la maleta roja los efectos personales se ordenaban de una forma casi obsesiva de tal manera que en cualquier momento pudiera acceder a ellos sin ni siquiera llegar a mirar. El abrigo color beig con los cuellos levantados era su mejor compañero de invierno y su sombrero su mejor aliado para esconder su rostro de las miradas ajenas… del frío.
Así era, a veces conversador y parlanchín, a veces retraído, introvertido y hasta tímido, siempre elegante, discreto y educado.Aquella tarde lluviosa y gris del mes de Noviembre después de años de recorrer el país, de no echar verdaderas raíces en ninguno de los lugares a donde iba, al bajar el escalón del tren y posar sus pies en la estación de sus ciudad , así, de repente, decidió que por fin era hora de quedarse quieto, de no moverse más, de disfrutar de su casa, del café de la mañana con sus amigos, del cine de su barrio, de la lectura relajada en su salón pero sobretodo… de disfrutar de sí mismo. Decidió que era hora de poner en práctica todo lo aprendido durante sus años viajeros y que el tiempo que le quedaba no lo iba a desperdiciar en un vagón de tren…así que puso sus maletas arrimadas a la pared, justo debajo del reloj del andén que marcaba las 7 y 10; la azul en primer lugar, a su derecha la roja y encima con cuidado de que no arrastrara por el suelo su abrigo doblado y su sombrero, él ya no los necesitaría más y... “tal vez haya alguien que esta noche decida…coger un tren” -pensó- y con paso firme y decidido abandonó la estación."
Las estaciones de tren se habían convertido en su segundo hogar, ¿segundo?...no, en su primer hogar, a donde iba no era su verdadero hogar y en todo caso pasaba más horas sentado en el andén que en su propio sofá…
Se había leído novelas y periódicos en el vagón, había conversado y conocido gente de los lugares más insospechados del país, pero ninguna conversación perduraba más de las horas de trayecto, ningún rostro volvía a repetirse y ninguna voz volvía a ser escuchada por sus oídos ávidos de experimentar la dulce sensación de encontrar los perfectos compañeros de viaje…
En la maleta roja los efectos personales se ordenaban de una forma casi obsesiva de tal manera que en cualquier momento pudiera acceder a ellos sin ni siquiera llegar a mirar. El abrigo color beig con los cuellos levantados era su mejor compañero de invierno y su sombrero su mejor aliado para esconder su rostro de las miradas ajenas… del frío.
Así era, a veces conversador y parlanchín, a veces retraído, introvertido y hasta tímido, siempre elegante, discreto y educado.Aquella tarde lluviosa y gris del mes de Noviembre después de años de recorrer el país, de no echar verdaderas raíces en ninguno de los lugares a donde iba, al bajar el escalón del tren y posar sus pies en la estación de sus ciudad , así, de repente, decidió que por fin era hora de quedarse quieto, de no moverse más, de disfrutar de su casa, del café de la mañana con sus amigos, del cine de su barrio, de la lectura relajada en su salón pero sobretodo… de disfrutar de sí mismo. Decidió que era hora de poner en práctica todo lo aprendido durante sus años viajeros y que el tiempo que le quedaba no lo iba a desperdiciar en un vagón de tren…así que puso sus maletas arrimadas a la pared, justo debajo del reloj del andén que marcaba las 7 y 10; la azul en primer lugar, a su derecha la roja y encima con cuidado de que no arrastrara por el suelo su abrigo doblado y su sombrero, él ya no los necesitaría más y... “tal vez haya alguien que esta noche decida…coger un tren” -pensó- y con paso firme y decidido abandonó la estación."
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