"Siempre llevaba el mismo equipaje: en la maleta azul, los trajes más formales, las chaquetas minuciosamente dobladas, los pantalones marcados por una raya impecable, las camisas almidonadas y abotonadas…era un trabajo laborioso el de conservar la ropa perfectamente limpia y preparada para continuos viajes.
Las estaciones de tren se habían convertido en su segundo hogar, ¿segundo?...no, en su primer hogar, a donde iba no era su verdadero hogar y en todo caso pasaba más horas sentado en el andén que en su propio sofá…
Se había leído novelas y periódicos en el vagón, había conversado y conocido gente de los lugares más insospechados del país, pero ninguna conversación perduraba más de las horas de trayecto, ningún rostro volvía a repetirse y ninguna voz volvía a ser escuchada por sus oídos ávidos de experimentar la dulce sensación de encontrar los perfectos compañeros de viaje…
En la maleta roja los efectos personales se ordenaban de una forma casi obsesiva de tal manera que en cualquier momento pudiera acceder a ellos sin ni siquiera llegar a mirar. El abrigo color beig con los cuellos levantados era su mejor compañero de invierno y su sombrero su mejor aliado para esconder su rostro de las miradas ajenas… del frío.
Así era, a veces conversador y parlanchín, a veces retraído, introvertido y hasta tímido, siempre elegante, discreto y educado.Aquella tarde lluviosa y gris del mes de Noviembre después de años de recorrer el país, de no echar verdaderas raíces en ninguno de los lugares a donde iba, al bajar el escalón del tren y posar sus pies en la estación de sus ciudad , así, de repente, decidió que por fin era hora de quedarse quieto, de no moverse más, de disfrutar de su casa, del café de la mañana con sus amigos, del cine de su barrio, de la lectura relajada en su salón pero sobretodo… de disfrutar de sí mismo. Decidió que era hora de poner en práctica todo lo aprendido durante sus años viajeros y que el tiempo que le quedaba no lo iba a desperdiciar en un vagón de tren…así que puso sus maletas arrimadas a la pared, justo debajo del reloj del andén que marcaba las 7 y 10; la azul en primer lugar, a su derecha la roja y encima con cuidado de que no arrastrara por el suelo su abrigo doblado y su sombrero, él ya no los necesitaría más y... “tal vez haya alguien que esta noche decida…coger un tren” -pensó- y con paso firme y decidido abandonó la estación."
Las estaciones de tren se habían convertido en su segundo hogar, ¿segundo?...no, en su primer hogar, a donde iba no era su verdadero hogar y en todo caso pasaba más horas sentado en el andén que en su propio sofá…
Se había leído novelas y periódicos en el vagón, había conversado y conocido gente de los lugares más insospechados del país, pero ninguna conversación perduraba más de las horas de trayecto, ningún rostro volvía a repetirse y ninguna voz volvía a ser escuchada por sus oídos ávidos de experimentar la dulce sensación de encontrar los perfectos compañeros de viaje…
En la maleta roja los efectos personales se ordenaban de una forma casi obsesiva de tal manera que en cualquier momento pudiera acceder a ellos sin ni siquiera llegar a mirar. El abrigo color beig con los cuellos levantados era su mejor compañero de invierno y su sombrero su mejor aliado para esconder su rostro de las miradas ajenas… del frío.
Así era, a veces conversador y parlanchín, a veces retraído, introvertido y hasta tímido, siempre elegante, discreto y educado.Aquella tarde lluviosa y gris del mes de Noviembre después de años de recorrer el país, de no echar verdaderas raíces en ninguno de los lugares a donde iba, al bajar el escalón del tren y posar sus pies en la estación de sus ciudad , así, de repente, decidió que por fin era hora de quedarse quieto, de no moverse más, de disfrutar de su casa, del café de la mañana con sus amigos, del cine de su barrio, de la lectura relajada en su salón pero sobretodo… de disfrutar de sí mismo. Decidió que era hora de poner en práctica todo lo aprendido durante sus años viajeros y que el tiempo que le quedaba no lo iba a desperdiciar en un vagón de tren…así que puso sus maletas arrimadas a la pared, justo debajo del reloj del andén que marcaba las 7 y 10; la azul en primer lugar, a su derecha la roja y encima con cuidado de que no arrastrara por el suelo su abrigo doblado y su sombrero, él ya no los necesitaría más y... “tal vez haya alguien que esta noche decida…coger un tren” -pensó- y con paso firme y decidido abandonó la estación."