Fueron recogiendo su partida de nacimiento, el libro de familia, el DNI, su pasaporte-como era de los que viajan lejos, tenía pasaporte-, la tarjeta de la seguridad social, el modelo 600 de autoliquidación del impuesto de trasmisiones patrimoniales de cuando hizo aquella sociedad civil, la escritura del piso que al final logró pagar junto a su mujer, la radiografía de su pierna derecha que se rompió jugando en la playa de la manera más tonta y nunca había querido tirar, recogieron incluso el plano de una pequeña finca que una vez tuvo que presentar en el catastro después de heredarla de su padre; las cinco últimas declaraciones del IRPF (en la última le salía a devolver) e incluso, el último informe de vida laboral que el Ministerio de Trabajo le había remitido (visto ahora parecía más un epílogo que otra cosa). El certificado de defunción fue lo último que introdujeron en la caja.
El traslado por el largo pasillo acompañado sólo por el sonido de teclados y fotocopiadoras a modo de enlutadas plañideras, se hizo largo y lento.Por último,metieron todo en la trituradora y poco a poco su vida de papel se fue deshaciendo en tiras…mezclándose cantidades con fechas, números con letras…Cuando terminaron, recogieron toda aquella burocracia símbolo de una sociedad civilizada…y la incineraron.
Depositaron las cenizas en una pequeña urna que colocaron en la planta 3ª izquierda, primer pasillo, estantería 2ª, en la letra D.